Internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés) es, a grandes rasgos, el nombre que se da a un conjunto de tecnologías que apuntan a dar conectividad a objetos cotidianos.
En los comienzos de Internet, solo unas pocas computadoras estaban conectadas entre sí. Con el correr de los años se fueron incorporando las computadoras hogareñas y los dispositivos móviles. Hoy ya no es tan raro hablar de relojes, consolas de videojuegos o electrodomésticos conectados a la Red. El concepto de Internet de las Cosas en sí, apunta a incorporar cada vez más dispositivos “inteligentes” en todos los aspectos de nuestra vida: dispositivos que puedan procesar, enviar y recibir información y, en muchos casos, que dependan cada vez menos de los usuarios.
Ya hoy en día se está empezando a ver el impacto de este tipo de desarrollos: el agro, la industria, el transporte o la medicina son algunos de los campos que paulatinamente van automatizando y optimizando procesos gracias a los dispositivos IoT. En gran medida estos avances van de la mano de la creciente capacidad de recolectar grandes cantidades de datos, ya que una de las claves de esta tecnología es la incorporación de sensores conectados que aportan nuevas funciones a objetos tradicionales. Así, por ejemplo, el mobiliario urbano podría aportar información sobre polución o contaminación sonora en diferentes puntos de la ciudad; automóviles conectados permitirían reducir los accidentes de tránsito o sistemas de riego a gran escala podrían analizar la humedad del suelo y actuar en base a ello.
Las principales barreras
Si bien ya hay muchos avances en este campo, e incluso en nuestro país hay un creciente mercado de desarrolladores impulsando innovaciones en IoT para distintos sectores, aparecen cuestiones técnicas que hacen que el objetivo de una verdadera Internet de las Cosas todavía no pueda alcanzar su máximo potencial. El primer limitante es el agotamiento de direcciones IPv4, sumado al atraso del despliegue de IPv6. A grandes rasgos, las direcciones IP son aquellas que permiten identificar a los dispositivos en Internet, y por lo tanto conectarse a ella. Éstas son un recurso limitado, y nos encontramos atravesados por el agotamiento de las direcciones disponibles en la versión actual del protocolo. Como las predicciones más conservadoras estiman que para el 2020 el número de dispositivos IoT conectados será de entre 20 y 30 mil millones , un número mucho mayor a la capacidad de direccionamiento disponible en IPv4, es urgente empezar a implementar el nuevo protocolo para que el avance de IoT no se vea seriamente afectado.
El otro salto tecnológico necesario es el despliegue de las redes 5G. Las redes actuales 3G y 4G son tecnologías muy sensibles a la cantidad de móviles conectados en una misma área (como un estadio de fútbol lleno, un recital) y por eso es común ver que los desarrollos en IoT en la actualidad estén limitados a redes de Wifi. Pero 5G tendrá la capacidad de soportar una densidad de hasta 1000 dispositivos por m2 habilitando, además de teléfonos celulares, la posibilidad de conectar muchos más dispositivos en la misma área sin colapsar las redes.
Otros desafíos
Más allá de estas cuestiones técnicas que habilitarían el verdadero potencial de Internet de las Cosas, hay otros factores que la comunidad debe considerar. Debates como el de la privacidad, que día a día encuentran una arista nueva, deben ser tomados en cuenta seriamente en vistas a la masificación de dispositivos de recolección de datos. Cuestiones que hacen a la seguridad también son delicadas, ya que se estarían abriendo cada vez más puertas que podrán ser susceptibles a nuevas formas de ataque. Y como con toda nueva tecnología, es necesario formar tanto a desarrolladores como a usuarios para aprender de las buenas prácticas de experiencias anteriores.